Heródoto de Halicarnaso. 484 - 425 a.C. |
Una ciencia organizada de una manera muy distinta a la de las ciencias experimentales. La finalidad de éstas es descubrir los rasgos constantes o recurrentes en todos los acontecimientos de cierta clase. La finalidad de la historia consiste por el contrario, en la comprensión del cambio y para ello debe situar los acontecimientos, diferentes en cada época, en el contexto también cambiante que caracteriza esa época.
Saturnino Sánchez Prieto
A
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lgo problemático, puesto que el término mismo,
como señala Pierre Vilar, hace referencia tanto al conocimiento de una materia,
como a la materia de ese conocimiento. O, como dice Le Goff, a la historia
vivida y a la historia construida. El concepto de historia incluye pues, la
realidad histórica tal y como sucedió (historia vivida), y el conocimiento que
de ella se tiene a través de la interpretación del historiador (historia
construida).
¿Qué es la historia? Collingwood lo explica con claridad:
Un
meteorólogo estudia un ciclón a fin de compararlo con otros; y al estudiar
cierto número de ellos espera descubrir qué rasgos muestran, es decir, cómo son
los ciclones en cuanto tales. Pero el historiador no tiene semejante finalidad.
Si se le encuentra en alguna ocasión estudiando la Guerra de los Cien Años o la
Revolución de 1688, no se puede inferir por eso que esté en las etapas
preliminares de una investigación cuyo fin último sea llegar a conclusiones
sobre guerras o revoluciones en cuanto tales [...]. Esto se debe a que las
ciencias de observación y experimento están organizadas de una manera y la
historia de otra [...]. En la organización de la historia el valor ulterior de
lo que se conoce de la Guerra de los Cien Años no está condicionado por su
relación a lo que se conoce de otras guerras, sino por su relación a lo que se
conoce acerca de las otras cosas que hacía la gente de la Edad Media.[1]
José Ortega y Gasset. 1883-1955 |
La reflexión sobre la historia partió fundamentalmente de
los filósofos y dio lugar a la filosofía de la historia. Filosofía y teoría,
dos aspectos diferentes, se fueron desarrollando a lo largo de los siglos.
Ambas aparecían. A los ojos de los historiadores del siglo XIX, especialmente
reticentes a la reflexión y teorización sobre su quehacer, como elucubraciones
sin ningún valor empírico. Ortega se enfadaba ante esta actitud: los
historiadores no tienen perdón de Dios [2]
(cabría señalar al respecto que estos historiadores a los que se refería
Ortega eran esencialmente positivistas, en consonancia con la corriente de la
época, y, por tanto, estaban obsesionados por la “objetividad” del documento y
rechazaban todo intento de teorización, que identificaban con devaneos
subjetivos). La desconfianza hacia los historiadores por parte de los filósofos
y viceversa, viene de atrás; ya a finales del siglo XVI La Popelinière mostraba
su profunda desconfianza hacia los historiadores desvinculados de la reflexión
pertinente: Y no son de fiar aquellos que desdeñando las causas en la
historia, sólo buscan la simple narración de los accidentes, eximiendo al
Historiador de las causas para pasárselas al Filósofo.[3]
Pero debemos presentar también la otra cara:
No
es posible la investigación sin la teoría, y la poca exigencia teórica del
historiador irrita con razón al filósofo. Pero tampoco puede haber teoría sin
investigación, o el teórico no tardará en verse acusado, como no hace mucho lo
fue el economista, de manejar cajas vacías.[4]
Al fin con la Escuela de los Annales, los historiadores,,
especialmente Marc Bloch y Lucien Febvre, bajaron a la arena y, arremetiendo
contra el positivismo, reflexionaron. Y así surgieron los problemas de la
historia, y las precisiones, y las posiciones y las nuevas vías.
Las definiciones de la historia son variadas. He elegido
dos y una resistencia a definirla.
Conviene señalar este hecho: la definición
es el final de un proceso de conocimiento, resultado de un largo período de
acumulación de experiencias, de reflexiones sobre la investigación histórica.
La definición que lanza al fin un historiador lleva debajo todo un significado.
Vista desde afuera, puede parecer un juego de palabras desprovisto de sentido
vital de quien la ha construido. Descontextualizada, la definición no tiene
apenas nada que ofrecer.
Pierre Vilar define así: la historia es el estudio de
los mecanismos que vinculan la dinámica de las estructuras a la sucesión de los
acontecimientos [5].
Estudio de los mecanismos, vinculación de los acontecimientos a las
estructuras: la metodología marxista –que no ideología- es clara en su
método.
Lucien Febvre. 1878-1956 |
Edward Carr da también su definición. Su concepción de la
historia no se encuentra dentro de una metodología marxista. Según su
autodescripción era uno de los pocos liberales ingleses que todavía vivían y
conservaban el optimismo de la era victoriana; pero hay que recordar que junto
a ésto señala que ningún historiador puede ignorar a Marx.. Para Carr la
historia es un proceso continuo de interacción entre el historiador y los
hechos, un diálogo permanente entre el presente y el pasado [6].
En Bloch, y sobre todo en Febvre, hay una resistencia a
definirla. La definición es una cárcel, dirá Febvre. ¿Definir la historia?
¿Pero cuál? Las más exactas definiciones, las más meticulosamente redactadas,
¿no tienen el rasgo de dejar al margen a cada instante lo mejor de la
historia? [7].
Aunque al final la defina: Ciencia de los hombres, pero de los hombres en el
tiempo. Ciencia de los hombres, de todos los hombres: el ataque al positivismo
es claro.
el
objeto cambiante: de las minorías dirigentes a las personas de a pie.
Una ciencia viene determinada tanto por el objeto que
estudia como por el método que utiliza; pero el objeto de la historia se ha ido
transformando y completando ampliamente en nuestro siglo. Será necesario, por
tanto, que nos detengamos brevemente ante este hecho.
Para la historia positivista de finales del siglo pasado y
principios de éste, el objeto se centraba fundamentalmente en la minoría en el
poder, y al conferir al documento oficial la máxima autoridad no hacía sino
reflejar precisamente la ideología de la clase dominante. Con Annales se
transforma el objeto de la historia, y, en consecuencia, la metodología y los
temas: el hombre, pero el hombre común, empezó a centrar el interés en la
historia. Bloch lo expresa en su conocida frase: Detrás de los rasgos
visibles del paisaje, los campos [nótese la influencia de la geografía
humana de Vidal de la Blanche], de las herramientas o de las máquinas,
detrás de los escritos aparentemente más fríos [...] la historia quiere
aprender de los hombres [8].
Annales amplió notablemente el objeto de la historia
rescatándolo de las manos de las élites.
El estructuralismo fijó su centro de interés – su objeto de estudio -- en el sistema de interrelaciones que se crean
en las estructuras, en donde las colectividades quedan fuertemente
condicionadas. Los historiadores de metodología marxista mostraron su rechazo a
las cárceles de larga duración, estáticas o casi estáticas, muy queridas
por Braudel, e hicieron hincapié en los cambios que experimentan esas
estructuras gracias a las fuerzas culturales y espirituales de la innovación.
Otros dirigieron su foco de atención al
terreno de las mentalidades, objeto ciertamente complejo y sutil cuyo análisis
sólo puede llevar a buen puerto un historiador con penetrante sensibilidad y, a
la vez, sólido conocimiento de las bases materiales sobre las que descansa una
sociedad (tal es el caso de Duby). La vida cotidiana, la historia desde
abajo (la de la gente corriente), la de las mujeres, la del espacio
privado de las personas.... han movilizado los esfuerzos y atención de
historiadores anglosajones y franceses. Son hoy temas dignos de ser
historiados: se han convertido en objetos de la historia. La historia total
defendida por Braudel, representa para
muchos el ideal que hay que conseguir. Pierre Vilar nos alertó de la
ambigüedad de ese término excesivamente amplio que no debe confundirse con
una literatura vaga que trataría de hablar de todo a propósito de todo.
Fernand Braudel. 1902-1985 |
En definitiva, vemos cómo el objeto de la historia varía,
se matiza y se complementa a lo largo del siglo, tanto en función de la
concepción de la historia que se profese, cuanto del interés que despierta tal
o cual aspecto de la vida colectiva del pasado que antes permanecía ignorado.
La peculiar sensibilidad de cada historiador, su pertenencia a una determinada
corriente historiográfica, unidas a las necesidades e interrogantes que plantea
el presente configuran el interés por determinados temas, desechando o
marginando otros. El objeto digno de estudio de la historiografía positivista
ha quedado ya enterrado. El aluvión actual de temas objeto de estudio ha sino enorme. El peligro denunciado estriba
en la atomización y dispersión, y por consiguiente la anulación, de la historia
como fuente de conocimiento. La impresionante síntesis necesaria se ha ido
perfilando, pero, como señala el historiador inglés Peter Burke, todavía queda
lejana esa ambiciosa meta de la historia total por la que tanto lucharon
Febvre, Bloch, Braudel.....
el
sujeto y la polémica individuo-sociedad.
Edward Carr. 1892-1982 |
Si el objeto de la historia se enfoca hacia el estudio del
hombre en sociedad (Annales), o, de forma más precisa, en el mecanismo de las
estructuras de una sociedad en donde los acontecimientos deben unirse a la
dinámica de éstas (marxismo), la pregunta que se suscita inmediatamente es:
¿cuál es el papel de los individuos? ¿Individuo o sociedad? Toda disyuntiva
como esta no tiene sentido. Para E. Carr está en la línea de qué fue antes, el
huevo o la gallina. Las diferencias aparecen en el énfasis que se ponga en uno
de los dos términos.
Así, los historiadores de la tendencia marxista
conceden menos importancia en general al papel del individuo y matizan --como en
el caso de Chesneaux – señalando que los protagonismos del individuo y de la
sociedad se producen a niveles distintos: el individuo puede hacer variar el
aspecto de los acontecimientos, pero no puede variar su orientación general. En
una de las interpretaciones más genuinamente marxistas de la historia, Gordon
Childe -- de forma similar -- pone el
énfasis obviamente en la sociedad, y más aún en las herramientas de producción
que la sociedad crea. El genio es un producto social. Las motivaciones del individuo prácticamente
no cuentan [...].
Los historiadores no marxistas (Febvre especialmente, Bloch),
por el contrario, aún cuando tienen en cuenta – por supuesto – la atmósfera
social, insisten en el drama individual. Así, no son de extrañar las bellas
páginas que sobre Lutero o Rabelais ha escrito Febvre. En Rabelais o el
problema de la incredulidad en la primera mitad del siglo XVI indica que no
existía aún el utillaje mental (término muy querido por la escuela
francesa de los Annales; nótese la diferencia del mecanismo de la estructura
propio de la escuela marxista) para que pudiera producirse una incredulidad
general (es decir, lo que no pudo haber sido y no fue; la personalidad
arrolladora de Rabelais no pudo fomentar la incredulidad social). La atmósfera
del siglo XVI no estaba preparada para ello: todavía no había llegado el
momento del escepticismo [9].
Utillaje mental... Expresión favorita de Febvre: los cimientos de la
historia de las mentalidades están ya poniéndose.
La disyuntiva individuo-sociedad no tiene razón de ser [10].
Existe una interacción: entre el líder político o religioso y sus contemporáneos
se crea un mutuo flujo y reflujo. ¿Quién hará exactamente la división entre
lo que vino de Alemania a Lutero, o, inversamente, de Lutero a Alemania?,
nos dice Febvre en su sagaz estudio sobre el reformador. Una fuerte
personalidad nace en una sociedad que le condiciona; y, a su vez, aquélla puede
desencadenar determinados procesos que están latentes en la colectividad e iniciar
o acelerar determinados procesos históricos que son posibles.
El historiador
encuentra lo que busca: ¿Es posible la
objetividad en la historia?
He aquí de nuevo un tema polémico, puesto que
inevitablemente la historia construida participa de la interpretación que el
historiador hace de ella. Efectivamente, es el historiador el que elige el tema
objeto de análisis y los hechos que juzga relevantes, y prescinde de aquello
que considera sin valor [11].
De esta manera podemos decir con Carr que el historiador encuentra lo que
busca.
Marc Bloch. 1886-1944 |
Y
es que los hechos no se parecen realmente en nada a los pescados en el
mostrador del pescadero. Más bien se asemejan a los peces que nadan en un
océano anchuroso y aún a veces inaccesible; y lo que el historiador pesque
dependerá en gran parte de la suerte, pero sobre todo de la zona del mar en la
que decida pescar y el aparejo que haya elegido, determinados desde luego ambos
factores por la clase de peces que pretenda atrapar. En general puede decirse
que el historiador encontrará la clase de hechos que busca. Historiar
significa interpretar [12]
Difícilmente se pueden plasmar de una manera tan expresiva
todas las imbricaciones entre la teoría de la historia que profesa el
historiador, por la que se elige un determinado tema; la metodología (que viene
configurada por la teoría) y las fuentes que el historiador selecciona. Estas
imbricaciones en las que coinciden la mayoría de los historiadores podrían
llegar a tener consecuencias perniciosas para la historia, puesto que provocan
el peligro de hacerla caer en un relativismo total.[...]
Aceptar la imposibilidad de la objetividad no implica
que sea imposible la rigurosidad del producto histórico [13],
concluye Pelai Pagès. Cabría añadir que es gracias a la subjetividad –unida al
rigor científico – como se enriquece, ampliándolo el conocimiento de la
historia. [...]
Para desenredarnos de este relativismo disolvente, el
historiador inglés Thompson señala que el hecho histórico ocurrió:
Los
procesos acabados del cambio histórico, con sus intrincadas relaciones
causales, ocurrieron de verdad, y la historiografía puede falsearlos o
entenderlos mal, pero no puede en lo más mínimo modificar el estatuto
ontológico del pasado. El objetivo de la disciplina histórica es alcanzar esta
verdad en la historia [14]
La subjetividad, insistimos, no es un obstáculo; es un
hecho no sólo inevitable sino positivo, para que los acontecimientos históricos
puedan ser modificados (en tanto que completados por interpretaciones
posteriores:
Cada
época, o cada investigador, puede proponer nuevas preguntas a los datos
históricos [...]. En este sentido, la historia, considerada como la suma de los
productos de la investigación histórica, cambiará, y deberá hacerlo, con
las preocupaciones de cada generación, de cada sexo, de cada nación, de cada
clase social. Pero esto no supone, ni mucho menos, que los acontecimientos
pasados en sí mismos cambien con cada interrogador, ni que los datos empíricos
sean indeterminados [15].
Los términos (aparentemente contradictorios) de
objetividad subjetiva o de subjetividad objetiva se presentan no como un juego
de palabras, sino como propios –y necesarios – de la peculiaridad de la
historia, en tanto que ésta puede hacer referencia a dos niveles distintos y
complementarios: además del proceso histórico racionalmente analizado –que
proporciona un conocimiento objetivo confrontado con datos empíricos
determinados--, cabe también referirse a la “significación” de este pasado,
su sentido para nosotros; se trata de un juicio evaluativo y subjetivo,
y a tales interrogantes, los datos empíricos no pueden proporcionar respuestas [16].
En este sentido, cada historiador, cada generación puede y debe expresar su
punto de vista con tal que tengamos claridad en que esto se basa no en
procedimientos científicos sino en una “elección” de valores [17].
Thompson centra, pues, los términos del problema
subjetividad-objetividad de la historia [...]:
El
conocimiento histórico es, por naturaleza, a) provisional e incompleto, aunque
no por ello falso; b) selectivo, aunque no por ello falso; c) limitado y
definido por las propuestas formuladas a los datos empíricos (y los conceptos
que informan estas propuestas) y, por lo tanto, sólo “verdadero” dentro del
campo así definido [...]. En este sentido estoy dispuestos a admitir que la
tentativa de designar la historia como “ciencia” ha sido siempre poco
provechosa y fuente de confusiones [18].
El problema de la subjetividad ha sido también centrado
magistralmente, desde otra perspectiva, por Carr:
La
relación del hombre con el mundo circundante es la relación del historiador con
su tema. El historiador no es el humilde siervo ni el tiránico dueño de sus
datos. La relación entre el historiador y sus datos es de igualdad, de
intercambio. Como todo historiador activo sabe, si se detiene a reflexionar
acerca de lo que está haciendo cuando piensa y escribe, el historiador se
encuentra en trance continuo de amoldar sus hechos a su interpretación y ésta a
aquellos. Es imposible dar la primicia a uno u otro término [...]. Conforme va
trabajando, tanto la interpretación como la selección y ordenación de los
datos, van sufriendo cambios sutiles y acaso parcialmente inconscientes,
consecuencia de la acción recíproca entre ambas. Y esta misma acción
recíproca entraña reciprocidad entre el pasado y el presente, porque el
historiador es parte del presente, en tanto que los hechos pertenecen al
pasado. El historiador y los hechos de la historia se son mutuamente necesarios.
Sin sus hechos, el historiador carece de raíces y es huero; y los hechos, sin
el historiador, muertos y faltos de sentido [19].
Y a continuación lanza su primera y magnífica definición
de la historia que recogíamos al principio: Mi primera contestación a la
pregunta de qué es la historia, será pues la siguiente: un proceso continuo de
interacción entre el historiador y sus hechos, un diálogo sin fin entre el
presente y el pasado [20].
¿para qué sirve la historia?
Papa,
explícame para qué sirve la historia, pedía hace algunos años a su padre, que era
historiador, un muchachito allegado mío [...]. Algunos pensarán sin duda que es
una fórmula ingenua; a mí, por el contrario, me parece del todo pertinente. El
problema que plantea el muchacho con la embarazosa desenvoltura de esta edad
implacable es nada menos que el de la legitimidad de la historia [21].
Las respuestas de los historiadores a la cita que Marc
Bloch coloca en el preámbulo de su Introducción a la
Historia han sido diversas: para comprender el presente conociendo el pasado y
poder, en definitiva, saber leer un periódico situando las cosas que hay detrás
de las palabras (P. Vilar); para obtener de la combinación entre el pasado y el
presente una proyección hacia el futuro, un proyecto social (J. Fontana); para
tener una visión equilibrada de los hechos y no desorbitar el presente de cada
día ni dejarnos devorar por él (Tuñón de Lara) ...
No me resisto a señalar especialmente la conocida
respuesta de Collingwood al para qué sirve la historia:
Mi
contestación es que la historia es para el autoconocimiento humano. [...]
Conocerse a sí mismo significa conocer lo que se puede hacer, y puesto que
nadie sabe lo que puede hacer hasta que lo intenta, la única pista para saber
lo que puede hacer el hombre es averiguar lo que ha hecho. El valor de la
historia, por consiguiente, consiste en que nos enseña lo que el hombre ha
hecho y en ese sentido lo que el hombre es[22].
Robin George Collingwood. 1889-1943 |
NOTAS
[1] R. G. Collingwood, Idea
de la Historia, México, F C E. 1988. pp. 242-243.
[2] Y A. Schaff dirá muy
posteriormente: De nuevo se nos hace evidente la precariedad de las razones
de la aversión de los historiadores contra la filosofía: la situación de hecho
demuestra que la historia, al igual que las otras ciencias, plantea problemas
que son por excelencia filosóficos y que no pueden resolverse honestamente sin
recurrir al patrimonio de la filosofía. A. Schaff. Historia y Verdad.
Barcelona. Crítica. 1988. p. 106.
[3]
Citado por K. Pomain, El orden del tiempo. Madrid. Júcar. 1990. p. 26.
[4]
P. Vilar, Historia marxista, historia en construcción. Barcelona.
Anagrama, 1975. p. 96.
[5]
P. Vilar, Iniciación al vocabulario histórico. Barcelona. Crítica. 1980.
p. 47
[6]
E. H. Carr. ¿Qué es la historia?. Barcelona. Ariel. 1991. p. 76.
[7]
L. Febvre. Combates por la Historia, Barcelona. Ariel. 1975. p. 227.
[8]
M. Bloch, Introducción a la Historia, México, FCE. 1985, p. 25.
[9] Desde otra perspectiva hay
un pasaje de Marx muy conocido: una sociedad no desaparece nunca antes de
que sean desarrolladas todas las fuerzas productoras que puede contener; y las
relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella
antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones hayan
sido incubadas en el seno de la vieja sociedad. K. Marx. Contribución a
la Crítica de la Economía Política. Madrid, Alberto Corazón, 1976, pp.
37-38 (citado por P. Pagès en Introducción a la Historia, Barcelona,
Barcanova, 1988, p. 266).
[10] P. Vilar se despacha a
gusto con la polémica de las antinomias: El historiador de nuestros días no
malgasta su tiempo en oponer términos tales como azar contra necesidad,
libertad contra determinismo, individuo contra masas, espiritual contra
económico sino en manejar sus combinaciones. P. Vilar, Historia
marxista..., ob. cit., p. 8.
[11] Duby es claro en su
manifestación: [...] Uno se da cuenta de que cada generación de
historiadores [obsérvese la dimensión colectiva] realiza una elección,
descuida ciertas huellas y, por el contrario, desentierra otras a las que nadie
prestaba atención desde hacía cierto tiempo, o desde siempre, G. Duby, Diálogo
sobre la historia, Madrid, Alianza, 1988, p. 39.
[12]
E. H. Carr, ob. cit., pp. 68-69.
[13]
P. Pagès, ob. cit., p. 31.
[14]
E. P. Thompson, Miseria de la teoría, Barcelona, Crítica, 1981. p. 7.
[15] Ibid., ob. cit., p. 70.
[16] Ibid., ob. cit., p. 71.
[17] Ibid., ob. cit., p. 71.
[18] Ibid., ob. cit., p. 68. Por ello dice: la noción más
antigua de la historia como una de las “humanidades” sometida a disciplina fue
siempre más exacta, aunque fuera propia de aficionados. (p. 68).
[19]
E. H. Carr, ob. cit., p. 76.
[20]
Ese diálogo, esa interacción entre el presente y el pasado, es una constante en
muchos historiadores. Así, esta afirmación de Carr tiene su equivalencia con la
de Bloch cuando nos indica que la historia tiene necesidad de unir el
estudio de los muertos con el de los vivos (M. Bloch, ob. cit., p. 40)
[21] M. Bloch, ob. cit., p. 9.
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